lunes, 3 de febrero de 2014

Quiero ser una Mamá Cuentista




Me confienso una gran cuentista y con una imaginación desbordante. Así, de pequeña me facinaban historias como "Las Zapatillas Rojas" o "Las doce princesas bailarinas". Las leía una y otra vez con un apetito voraz y metiéndome tanto en ellas, que terminaba soñando despierta con la certeza de que existían otros mundos fantásticos y que sólo tenía que descubrir cómo llegar hasta ellos. Quizá el cuento que más me gustaba por encima del resto fue "La Reina de las Nieves", que hacía que me transportara a un universo nevado con una gran reina malvada y un estilismo digno de John Galliano.

Siempre que nieva siento un cosquilleo en el estómago con tintes infantiles, que con cada copo que va cuajando va tiñendo de blanco también mi madurez responsable, convirtiendo mi espíritu treinteañero y de "sabelotodo", en una inocencia renovada.

Nunca antes tuvimos tantas normas para todo, tanto acceso a la información de manera inmediata, tanto contacto con otras personas de otras culturas y a la vez, nunca antes estuvimos tan perdidos. Cada vez que miro a mis Retoños siento en el fondo de mi alma cómo debo educarlos. A cada paso que doy es como si supiera cual es el siguiente de manera natural. Sin embargo no me dejo llevar por mi instinto y me confundo constantemente con las nuevas "teorías" de la educación.

Unas teorías que han olvidado al niño y que sólo prometen "ayudar" a los padres. Y además, estarán de acuerdo conmigo señoras, en que ahora más que nunca, estamos dejando un legado de niños maleducados y caprichosos, seguramente incapaces de desenvolverse por sí mismos en un futuro.

Pienso en mi madre. Ella nunca tuvo teorías a las que recurrir, tenía algo mucho más poderoso y que probablemente a más de uno le sonará a chino, tenía: "Sentido Común". Ese que te dice cuándo debes abrazar y besar, y cuándo has de castigar. El mismo que sabe que tanta tarta hara "que te duela la tripa" y que sino te abrigas "te cogerá el frío".



Ya saben, antes aprendíamos a decir por favor y gracias casi al mismo tiempo que mamá y papá. Teníamos muy claro que iban a existir más "Noes" que "Sies", y que caerse y hacerse un chichón, no sólo era la única manera de aprender, sino que además era un motivo de orgullo para compartir con los amigos en el recreo. Y así fue la infancia de la mayoría de nosotros. Infancias felices, sin traumas, llenas de historias y cuentos. Porque también nos dejaban SER niños. Jugar con lo que había por casa, ir a visitar a los abuelos vestidos de princesas o piratas, e incluso cenar tarta una vez cada tanto, sin prestar atención a los churretes de chocolate del píjama, o a la nochecita toledana que seguro les íbamos a dar con el ya vaticinado dolor de barriga. Así que al mirar por la ventana y ver como mi ciudad se tiñe de blanco, pienso en mis dos Retoños y me hago la promesa de querer ser una madre de las de antes.

Quiero ser una mamá cuentista, lanza-zapatillas y campeona nacional de limpieza  facial "niñil" con pulgar ensalivado. Pero sobre todo, no quiero "sacar" tiempo para mis Retoños, sino quitárselo a todo lo demás, porque al fin y al cabo, señoras, un día quise ser madre con tanta fuerza que al final lo conseguí.

Ahora cierren los ojos y recuerden el olor de sus madres. El más maravilloso del mundo. El único recuerdo que jamás se perderá y que se ha quedado pegado a la piel de nuestra alma a golpe de beso.





2 comentarios:

  1. :_)
    Maaaama! Te quiero!! (hala.. ya me siento culpable por ir a verla demasiado poco!)

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  2. Para una madre "siempre es demasiado poco"... Hay que empezar a ponerse un post-it en la nevera: Llamar a Mamá...

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