En un lugar muy muy lejano, érase una vez, una niña que en cuanto abrió los ojos al venir al mundo, supo lo que sería de mayor.
-¡De mayor voy a ser Mamá!
Fueron pasando los años, y un día de lluvia, la niña estaba jugando en su cuarto con sus muñencas, cuando de repente las ventanas se abrieron de repente por el viento y éste destrozó todo con lo que la niña estaba jugando.
-¡Maldito viento! ¡Odio el viento, odio la lluvia! ¡No puedo salir fuera a jugar, me tengo que quedar encerrada en este cuarto!
Las palabras de la niña enfadaron mucho a la Naturaleza y ésta habló con el Destino y le lanzaron una maldición:
-¡Niña, has ofendido a las fuerzas de la Naturaleza, por eso el Destino no te concederá aquello que tanto deseas!
La niña estaba enfadada y en ese momento no sabía a qué se refería con eso del Destino, así que no le prestó demasiada antención.
Fueron pasando los años y la niña creció olvidando completamente aquella maldición. Un día, por fín apareció su Príncipe Azul.
-No puedo ser más feliz, he encontrado al amor de mi vida y podré ver cumplido mi sueño de ser Mamá.
Después de algún tiempo empezó a darse cuenta de que su Bebé no llegaba y pensaba:
-¡¿Cómo puede ser que deseando tanto ser Mamá, no lo consiga?! Y entonces se acordó de la maldición de cuando era niña.
-¡Oh, nunca podré ser madre! Lloraba y lloraba mientras se repetía esas palabras.
Sin embargo había una pequeña luz en su interior que le susarraba al oído:
-Si de verdad lo deseas, lo conseguirás. Nunca dejes de perseguir tus sueños.
Un día caluroso de verano, estando en el jardín, se sentó a ver como una abeja revoloteaba perezosa encima de una flor. Mientras la observaba notó un cosquilleo en su barriga:
-Debo tener hambre, pensó, sin saber que aquello no era hambre sino que algo estaba pasando en su interior. Sus deseos se iban a ver cumplido en un plazo de 9 meses.
El día que por fín le iba a ver la cara a su bebé se encontró con una gran sopresa. ¡No era un bebé, sino que eran DOS! Una niña y un niño preciosos y sanos, con la piel sonrojada y la paz reflejada en sus caras.
La maldición del Destino se había roto porque ni tan siquiera éste puede luchar contra la Ilusión, los Sueños y el Amor de una Madre, inlcuso aunque ésta aún no lo sea.
¡Felicidades ... os lo merecéis los cuatro!
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