jueves, 6 de febrero de 2014

Érase una vez: el Amor de Madre, para Gabriela.



En un lugar muy muy lejano, érase una vez, una niña que en cuanto abrió los ojos al venir al mundo, supo lo que sería de mayor.
-¡De mayor voy a ser Mamá!

Fueron pasando los años, y un día de lluvia, la niña estaba jugando en su cuarto con sus muñencas, cuando de repente las ventanas se abrieron de repente por el viento y éste destrozó todo con lo que la niña estaba jugando.
-¡Maldito viento! ¡Odio el viento, odio la lluvia! ¡No puedo salir fuera a jugar, me tengo que quedar encerrada en este cuarto!

Las palabras de la niña enfadaron mucho a la Naturaleza y ésta habló con el Destino y le lanzaron una maldición:
-¡Niña, has ofendido a las fuerzas de la Naturaleza, por eso el Destino no te concederá aquello que tanto deseas!
La niña estaba enfadada y en ese momento no sabía a qué se refería con eso del Destino, así que no le prestó demasiada antención.

Fueron pasando los años y la niña creció olvidando completamente aquella maldición. Un día, por fín apareció su Príncipe Azul.
-No puedo ser más feliz, he encontrado al amor de mi vida y podré ver cumplido mi sueño de ser Mamá.
Después de algún tiempo empezó a darse cuenta de que su Bebé no llegaba y pensaba:
-¡¿Cómo puede ser que deseando tanto ser Mamá, no lo consiga?! Y entonces se acordó de la maldición de cuando era niña.
-¡Oh, nunca podré ser madre! Lloraba y lloraba mientras se repetía esas palabras.
Sin embargo había una pequeña luz en su interior que le susarraba al oído:
-Si de verdad lo deseas, lo conseguirás. Nunca dejes de perseguir tus sueños.

Un día caluroso de verano, estando en el jardín, se sentó a ver como una abeja revoloteaba perezosa encima de una flor. Mientras la observaba notó un cosquilleo en su barriga:
-Debo tener hambre, pensó, sin saber que aquello no era hambre sino que algo estaba pasando en su interior. Sus deseos se iban a ver cumplido en un plazo de 9 meses.

El día que por fín le iba a ver la cara a su bebé se encontró con una gran sopresa. ¡No era un bebé, sino que eran DOS! Una niña y un niño preciosos y sanos, con la piel sonrojada y la paz reflejada en sus caras.
La maldición del Destino se había roto porque ni tan siquiera éste puede luchar contra la Ilusión, los Sueños y el Amor de una Madre, inlcuso aunque ésta aún no lo sea.




¡Felicidades ... os lo merecéis los cuatro!



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